lunes, 23 de marzo de 2015

Milcíades Peña. ¿Revolución Peronista?

Poco después del 16 de junio de 1955, la CGT había resuelto que en caso de ser derribado Perón respondería con la huelga general. Sin embargo, producida la renuncia de Perón, lejos de decretar la huelga general, la CGT pidió a todos los obreros del país que guardaran la mayor calma y obedecieran las órdenes del Ejército. En momentos en que la reacción anti-peronista se adueñaba del país, los dirigentes peronistas de la CGT recomendaban "de casa al trabajo y del trabajo a casa" y, por añadidura, con el mayor orden.
Así cayó el régimen peronista, o mejor dicho, así se desvaneció, sin combate y sin honor. Perón declaró en el exilio que en sus manos estaban los arsenales y que no quiso dar armas a los obreros que las pedían insistentemente, para evitar una matanza. En verdad, no fue la matanza lo que Perón trató de evitar, sino el derrumbe burgués que podría haber acarreado el armamento del proletariado. La cobardía personal del líder estuvo perfectamente acorde con las necesidades del orden social del cual era servidor.
El día que los jefes de la Revolución Libertadora se hicieron cargo del gobierno, toda la pequeña burguesía acomodada y la burguesía en pleno se volcaron a la Plaza de Mayo. Ni un solo trabajador perturbaba la elegante uniformidad de gente distinguida, engalanada con banderas uruguayas, norteamericanas, del Vaticano, y también argentinas. Se gritaba "¡Libertad!", "¡Viva la Marina!", "¡Viva la Argentina católica!", y nuevamente "¡Libertad!". Voces distintas resonaban en las barriadas obreras. "¡No hay trabajo sin Perón!"; tal era la consigna que recorría los suburbios.
Núcleos de obreros y contados elementos del Partido Peronista intentaron aquí y allá levantarse en armas -revólveres y piedras-, pero fueron fácilmente neutralizados por los tanques del ejército y la infantería de marina. La caída ingloriosa del régimen peronista dio lugar, pues, a gérmenes de una insurrección obrera. Diez años de educación política peronista y el ejemplo de la dirección peronista se encargaron de que esos gérmenes no prosperasen.
El 15 de julio de 1955, dos meses antes del derrumbe, Perón irradió al país una extraña noticia: "La revolución peronista ha terminado". En realidad no había existido nunca, salvo en el incesante parloteo de la propaganda totalitaria. El 15 de setiembre de 1955, como el 3 de junio de 1943, la República Argentina seguía siendo un país atrasado y semi-colonial, dominado por una burguesía terrateniente e industrial trustificada entre sí y con el capital financiero internacional, con la trascendental variante de que la vieja metrópoli británica había disminuido su participación y Norteamérica aumentado la suya. Y, a diferencia de lo que ocurría en 1943, el país estaba iniciando un nuevo ciclo de endeudamiento masivo al capital financiero internacional.
Sindicalización masiva e integral del proletariado fabril y de los trabajadores asalariados en general. Democratización de las relaciones obrero-patronales en los sitios de trabajo y en las tratativas ante el Estado. Treinta y tres por ciento de aumento en la participación de los asalariados en el ingreso nacional. A eso se redujo toda la "revolución peronista".