En los países
atrasados, la actividad de los maestros no es una simple profesión sino una
misión exaltada. La tarea de la educación cultural consiste en despertar y
desarrollar la personalidad crítica entre las masas oprimidas y esclavizadas.
La condición indispensable para esto es que el mismo educador posea una
personalidad desarrollada en un sentido crítico. Una persona que no ha
desarrollado serias convicciones no puede ser líder de la gente. Es por esto
que un régimen totalitario en todas sus formas en el estado, en el sindicato,
en el partido, le ocasiona irreparables daños a la cultura y a la educación.
Cuando las
convicciones son impuestas desde arriba como una orden militar, el educador
pierde su individualidad mental y no puede inspirar a niños o adultos respeto o
confianza en la profesión que ejerce. Este es el peligro terrible que amenaza
la causa de la revolución y amenaza la cultura, particularmente en los países
jóvenes y atrasados, donde la población está demasiado dispuesta, aun tal como
es, a doblar la rodilla ante el feudalismo, el clericalismo y el imperialismo.
Solamente
una honesta y tenaz lucha ideológica puede asegurar la formación de
convicciones serias con raíces firmes. Sólo una educación con estas
convicciones es capaz de ganar autoridad indestructible y realizar su gran
misión histórica.