domingo, 22 de febrero de 2015

Marx, el visionario de la catástrofe actual

El siglo XIX presenció varias tentativas fecundas de aportar a un mundo en gestación nuevas tablas de valores, nuevas ra­zones para vivir, nuevas normas de conducta; en suma, una nueva ética. La influencia de algunas de estas tentativas en el siglo XX ha sido tan grande y perdurable que nos vimos llevados a discernir en ello la prueba evidente de nuestra incapacidad para fijar por nosotros mismos los principios de nuestros ac­tos, para darnos un estilo de vida y entrar así en armonía con un mundo que, pese a ser obra nuestra, se nos escapaba. Hoy, quienes vivimos el siglo XXI, estamos obligados a explotar ese legado empírico.
Un pensador genial del siglo XIX ejerció, por medio de sus mensajes, una gran influencia sobre lo que de conciencia moral resta en nuestro tiempo: Karl Marx, el hombre que se erigió en juez incorruptible y despiadado de su época, asignándole nuevas tareas para alcanzar nuevos fines. Al comienzo de su trayectoria intelectual, hubo de enfrentarse con el “sistema”, y conservó, de ese encuentro, una huella profunda que lo llevó a madurar su propia visión del mundo. Producto de esa percepción es que hoy ningún personaje, ninguna obra cultural suscitan y nutren tan­to como los de Marx las controversias filosóficas y políticas actuales.
Marx extrajo los elementos de su doctrina de lo íntimo de su personalidad. Es, por lo tanto, la particularidad y originalidad de su genio lo que nos entrega el secreto y la significación de su mensaje. Como mensaje ético, el pensamiento de Marx no ha perdido nada de su validez y conserva actualmente todo su poder de sugestión y su alcance educativo. Los juicios de valor y los im­perativos enunciados por Marx para las generaciones obreras del siglo XIX pueden proponerse casi sin modificaciones a la conciencia moral de la época presente, cuyo horror desafía la imaginación más fértil.
Y ya que el espectáculo del mundo actual parece salido de un delirio, es preciso reconocer que Marx no exageró en nada cuando elaboró su “teoría de las catástrofes” que, a comienzos del siglo pasado, podía parecer fruto de una obsesión enfer­miza. El panorama apocalíptico de la época actual no solo confirma plenamente las previsiones más pesimistas de las enseñanzas de Marx; revela también su verdadera significación. Si hasta ahora la figura de Marx pudo aparecer bajo la máscara del sa­bio o el visionario, debe imponerse en adelante con los rasgos del forjador de la ética de la revolución socialista.